miércoles, 25 de julio de 2012

El amoricidio

El amoricidio es estar profundamente enamorado de algo que no tiene ninguna correspondencia real. Es algo así como amar desesperadamente y con las entrañas un pedazo de ladrillo o un canto rodado: no hay forma de satisfacerlo, es un amor frustrado desde el principio, un amor que no es ni podrá ser. El amoricidio es un amor suicidado desde antes de tirarse por la ventana. Un amor abortado desde antes de un espermatozoide en un óvulo. Un amor asesinado desde antes de la bala en el pecho. Es un amor muerto antes de nacer. El amoricidio es esa certeza de saber que para ese lado no pero aún así vas. Es esperar algo que nunca va a suceder pero que te genera esas ansias des-esperadas de esperar igual. Es el profundo e incontenible deseo de tomar un helado en pleno Alaska: es una contradicción en sí misma (además de una estupidez). El amoricidio puede ser generado por una persona pero también por una bandera, un grupo de música, una mascota, una planta. Cuanto menos tangible, más desesperado, más muerto, más imposible. Sin embargo, hay tantas personas que generan amoricidio que daría miedo sacar una estadística. El amoricidio no es posesión ni es obsesión. No se trata de poseer o no poseer sino, peor aún, se trata de que la posibilidad de soltar o de sentirse suelto, haga volver a la persona a su estado anterior, a ese lugar en donde el otro no existía. El amoricidio es, justamente, esa libertad. No es estar mejor o peor sin otro sino, lisa y llanamete, de estar, de ser. O mejor (o peor?): es la confirmación de que el otro puede ser, que puede estar. El amoricidio no es ni bueno ni malo: es. Y como es, desgarra. Por dentro, despacio, consumiéndote. No es no ir viento en popa, es no tener viento. El amoricido no tiene culpas ni responsabilidades, no es negro ni blanco. El amoricidio es en sí mismo y es tanto, es tan real, tan irrebatible su existencia como el mate con tortafritas cuando llueve. El amoricidio es estar entregado lastimosamente, casi pidiendo permiso. Es medir cada gesto, cada palabra. Pero ojo. No es catarsis de victimilogía. No es un latigazo constante. Y hasta puede no ser tan grave. En ocasiones, la persona que siente amoricidio puede hasta sentirse orgullosa de ser tan pelotuda. Porque, aclaremos, lo que indudablemente produce el amoricidio es una estupidez meridiana que linda con lo patético. El amoricidio es esa sensación desesperadamente resignada de no tener retorno. Es desear ser un átomo de ese cuerpo para que nunca pueda soltarte, es ser el lomo de un libro en la biblioteca para que te mire de vez en cuando y te acaricie, es ser su propia sombra para que ya no pueda despegarte nunca más. El amoricidio es hacer señas para frenar el subte, buscar el control remoto en la heladera o tomar sopa con un tenedor. El amoricidio es eso que sentimos cada vez que, entre semáforos y viejas con changuitos, nos damos cuenta que no tenemos puestos los zapatos.