jueves, 25 de junio de 2009

Lero lero

El subeybaja me hace doler la cola. Pero no me importa. Desde acá te miro re bien. Y te hago payasadas mientras vos en el arenero comés porquerías. Cuando bajo te tiro arena en la cara para molestarte y cuando subo me río fuerte para que me mires. Pero vos en la tuya. Encontrás un juguetito y te lo ponés en la boca. Se te ve la patita del playmobil, tonto. Tu mamá viene corriendo, te saca el muñequito y te reta. Eso no, es sucio, asqueroso. Lero lero. Eso te pasa por no mirarme. No te importa y seguís haciendo castillitos y pozos con tus palas y rastrillos. Yo sigo subiendo y bajando. Dale. Mirame. No te das cuenta que estoy acá? Dejá de hacer lío y vení a jugar conmigo. Está re bueno éste. Mirá. Cuando bajás podés hacer así con las patas para arriba y te chocás la cola y vas muy fuerte para que el de arriba se choque también y después, cuando te toca a vos subir, el otro te hace saltar y ahí te reís y me río y nos reímos. Es más divertido esto que comer arena. De verdad. Mi mamá le está hablando a tu mamá. Mirá si nos hacemos amigos! Me gusta tu enterito. Y tus zapatillas son muy cancheras. A mi me visten con pollera pero a mi me gustan los pantalones porque además es mas fácil para el subeybaja. El tobogán también está bueno. Y me tiro y estás ahí cerca. Y si me tiro fuerte y me caigo al lado tuyo por ahí me mirás. Pero vos, entretenido con lo tuyo. No mamá, no me quiero ir. Un rato más. Porfa. Si. Y mientras puede hablar con tu mamá y que se hagan amigas. Y entonces ahí podemos tomar la leche todas las tardes y ver algunos dibus y llenar algunos álbumes y también jugar a las escondidas. Pero despacito porque sino mi mamá me reta. Y también a los autitos porque con mi hermano que es re bueno jugamos un montón a los autitos. A mi las barbys no me gustan porque son todas lindas y tienen muchos vestidos. Si, mejor jugamos a otra cosa. Y ahora elijo yo. Podemos jugar a que vos sos un médico como mi papá y que me curás, querés? Y yo después hago de seño y te enseño a sumar y a restar. Y entonces después hacemos que nos tiramos las tizas pero no me pegues fuerte porque me duele. No. Despacito, te dije. Si. Y ahora canto pri. Canto pri para esconderme y vos contás hasta cincuenta. Sabés contar hasta cincuenta? En el cole mi seño me enseñó. Pero no vale espiar ehh. No, no seas tramposo. Listo. Estoy re bien escondida. Espero. Ya terminaste, salís. Sos muy calladito. No te escucho. Ufa. No vale. Me viste. No, no, no, no. Pido! Pido! Hiciste trampa! Uy…otra vez mi mamá. Un rato más porfi. Porque todavía no me miraste y porque todavía subo, bajo, me tiro, vuelvo, río, grito, hago berrinche y vos como si nada…pero estoy acá! Tengo medias rosas y soy muy buena. Dale, mirame. Me tengo que ir. Voy. Tomá, te regalo esto, es mi autito favorito, cuidalo, no te lo pongas en la boca ni lo pierdas. Si, no me mires así. Sos muy callado vos. Te miré todo el día y vos ni bola. Enseñame a hacer castillitos. Porfa. Me tengo que ir pero ahora que hablamos no me quiero ir pero mi mamá me va a retar. Tengo que ir a tomar la leche. Me parece que se hicieron amigas. Si! Bien! Mirá…vos también te vas. Dale la mano a la nena, dale la mano que vamos a tomar la leche. Bien. Al fin. Vamos a jugar mucho, sabías? Me gusta tu jardinerito, ya te lo dije?

jueves, 11 de junio de 2009

Políticos no queremos

Cartográficamente hablando, es Recoleta. O Palermo. Nadie puede negarlo. Eso sí, habría que ver cómo llamarían a esta parte. Aunque ni “Soho” ni “Hollywwod”, seguramente. Bordeamos la plaza y veo, de un lado, al niño saludando desde el micro con destino Mendoza; del otro al niño que saluda desde el balcón enrejado de su departamento de cinco pisos. Decir balcón es inexacto, departamento es extravagante. Pero así están y así se ven. Adentrándose, el paisaje es impresionante. Precarias construcciones en altura, sostenidas una a la otra, puertas viejas de ascensor y cientos de escaleras caracol. Sobre la vía principal una importante cantidad de negocios, ferreterías, verdulerías, casas de venta y arreglo de celulares, despensas, bares. Todos con nombres como “esperanza”, “los amigos”, “el destino”, por nombrar algunos. De lejos, en un cielo plagado de cables, la contradicción de Direc-tv. Como es de esperarse, los ladrillos a la vista de las viviendas son decoradas por un sonriente Pino Solanas. El camino es de tierra y algunas piedras. Imagino una lluvia, un temporal. No es necesario tanto, un frío de invierno es suficiente.
Debemos reunirnos con referentes del lugar. Algunos nos miran extraños. No es para menos. Media hora. Una hora. Llegan. Presentaciones formales. Nos dirigimos hacia una casa. Es casi imposible dejar de mirar hacia arriba. Particularmente una puerta verde. De chapa. En un segundo piso. Tendrá aproximadamente medidas de 0.60 por 1.20. Nadie puede entrar ahí sin agacharse y, teniendo en cuenta que se accede por una de las tantas escaleras caracoles, la entrada es casi imposible. Sigo al grupo y a las mujeres que sirven de guías. Me siento extranjera. Así me ven y eso soy. No debiera sorprenderme tanto.
Llegamos. Mate y bizcochitos. Nos cuentan, contamos. Nos aclaran. Políticos no queremos. (Pero, señora, desde que me lavo los dientes hago política, desde que cruzo la calle, desde que me tomo un bondi, desde que la saludo, desde que compro cigarrillos hasta que me acuesto y pongo el despertador, señora. Hago política desde el nacimiento, señora, sin alinearme en ningún partido señora pero no me diga que políticos no porque eso es imposible. Usted misma, señora, hace política, desde que le dá la teta a su bebé hasta que le canta el arrorró). Ya estamos afuera. No, señora, claro que no, quedesé tranquila, no va a haber política. Agradecimientos varios. Hasta la próxima.
Caminamos. Un poco más cabizbajas. El comisario con cara de bulldog no pareciera haber tenido una buena noche. O hace cincuenta años que no pasa una buena noche.
El camino de vuelta. Cables, torres, barro. Casa con puerta verde. Rejas llenas de plantas. 80 mil habitantes. Construcciones a 20 mil dólares. Hotel lujoso (sin comillas) en la esquina. Unos nenes corren en el patio enjaulado, otros bajan y suben peldaños como si nada.
Otra vez. Salimos como entramos. Más viejas y más cansadas.
Miro para arriba. Y si. Definitivamente, a la Villa 31 podríamos llamarla Palermo Caracol.