jueves, 11 de junio de 2009

Políticos no queremos

Cartográficamente hablando, es Recoleta. O Palermo. Nadie puede negarlo. Eso sí, habría que ver cómo llamarían a esta parte. Aunque ni “Soho” ni “Hollywwod”, seguramente. Bordeamos la plaza y veo, de un lado, al niño saludando desde el micro con destino Mendoza; del otro al niño que saluda desde el balcón enrejado de su departamento de cinco pisos. Decir balcón es inexacto, departamento es extravagante. Pero así están y así se ven. Adentrándose, el paisaje es impresionante. Precarias construcciones en altura, sostenidas una a la otra, puertas viejas de ascensor y cientos de escaleras caracol. Sobre la vía principal una importante cantidad de negocios, ferreterías, verdulerías, casas de venta y arreglo de celulares, despensas, bares. Todos con nombres como “esperanza”, “los amigos”, “el destino”, por nombrar algunos. De lejos, en un cielo plagado de cables, la contradicción de Direc-tv. Como es de esperarse, los ladrillos a la vista de las viviendas son decoradas por un sonriente Pino Solanas. El camino es de tierra y algunas piedras. Imagino una lluvia, un temporal. No es necesario tanto, un frío de invierno es suficiente.
Debemos reunirnos con referentes del lugar. Algunos nos miran extraños. No es para menos. Media hora. Una hora. Llegan. Presentaciones formales. Nos dirigimos hacia una casa. Es casi imposible dejar de mirar hacia arriba. Particularmente una puerta verde. De chapa. En un segundo piso. Tendrá aproximadamente medidas de 0.60 por 1.20. Nadie puede entrar ahí sin agacharse y, teniendo en cuenta que se accede por una de las tantas escaleras caracoles, la entrada es casi imposible. Sigo al grupo y a las mujeres que sirven de guías. Me siento extranjera. Así me ven y eso soy. No debiera sorprenderme tanto.
Llegamos. Mate y bizcochitos. Nos cuentan, contamos. Nos aclaran. Políticos no queremos. (Pero, señora, desde que me lavo los dientes hago política, desde que cruzo la calle, desde que me tomo un bondi, desde que la saludo, desde que compro cigarrillos hasta que me acuesto y pongo el despertador, señora. Hago política desde el nacimiento, señora, sin alinearme en ningún partido señora pero no me diga que políticos no porque eso es imposible. Usted misma, señora, hace política, desde que le dá la teta a su bebé hasta que le canta el arrorró). Ya estamos afuera. No, señora, claro que no, quedesé tranquila, no va a haber política. Agradecimientos varios. Hasta la próxima.
Caminamos. Un poco más cabizbajas. El comisario con cara de bulldog no pareciera haber tenido una buena noche. O hace cincuenta años que no pasa una buena noche.
El camino de vuelta. Cables, torres, barro. Casa con puerta verde. Rejas llenas de plantas. 80 mil habitantes. Construcciones a 20 mil dólares. Hotel lujoso (sin comillas) en la esquina. Unos nenes corren en el patio enjaulado, otros bajan y suben peldaños como si nada.
Otra vez. Salimos como entramos. Más viejas y más cansadas.
Miro para arriba. Y si. Definitivamente, a la Villa 31 podríamos llamarla Palermo Caracol.

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