viernes, 13 de febrero de 2009

Hombre o Topo: ésa es la cuestión

Tengo exactamente catorce cuadras hasta el subte. Diez desde Córdoba hasta Avda. de Mayo; tres desde Carabobo hasta Bonorino y una hasta Ramón Falcón, que es donde vivo. Y tengo exactamente dos cuadras hasta el colectivo. Una desde Córdoba y otra desde Rivadavia hasta Ramón Falcón. En medida de tiempo, y no dependiendo de otros factores como tránsito, semáforos, vendavales, calores o por qué no depresiones, angustias, pesadez, liviandad, alegría por nombrar algunas pocas, demoro en caminar hasta el subte y, desde éste hasta casa, aproximadamente quince minutos; hasta el colectivo y, desde éste hasta casa, dos minutos y medio. Ambas sin contar, claro está, las calles que hay que cruzar, los peldaños de las veredas que hay que subir, los recovecos que hay que tomar para saltear los baches, etc. Esto último puede llegar a significar tanto cantidad de metros, de manera que, todo junto, podría bien ser una cuadra, como también cantidad de segundos, por consecuencia, de minutos. Por ejemplo, los peldaños pueden medir quince centímetros o valer cuatro segundos. De esto se desprende que lo que en un principio eran quince minutos de caminata se pueden transformar en veinte y así sucesivamente con las variables ya mencionadas.
Ahora bien, la cantidad de viaje en subte es exactamente de veintitrés minutos. Si, si. Desde Microcentro hasta Flores, ese mismo viaje lo hacía mi bisabuelo hasta la actual casa de mi madre (en ese entonces su casa, apenas unas cuadras de la mía) pero con la diferencia que el transporte era la carreta lo que me hace suponer que tardaba, seguramente, (recordemos la Avenida Rivadavia empedrada) más de dos horas y media sin ninguno de los factores antes expuestos. Ahora, gracias a nuestros candidatos que supimos conseguir (como diría mi padre) sólo tardamos veintitrés minutos. Posmodernidad que le llaman. Y, para seguir con el hilo conductor (aunque todavía no hablé de ellos) la cantidad de viaje en colectivo, haciendo el mismo trayecto, es de cuarenta minutos; sin contar la fauna y flora de la ciudad a la que después nos dedicaremos, que puede (y casi con seguridad lo logra) demorarse un poco más.
De todo esto se deduce que, si tomamos como medida el tiempo real, comparando la cantidad neta entre los transportes, sumando camino y viaje, es exactamente la misma; a lo sumo el subte puede aventajarle al colectivo diez o quince minutos que, no está de más decir, es muchísimo en los tiempos que corren: desde una cola de menos en el banco hasta un mate de más en la propia casa. Sin embargo la diferencia fundamental estriba en la calidad. A ver. Definamos Calidad de Transporte Público. Como su nombre lo indica, lo toman en la hora pico (hora a la que me dirijo hacia uno u otro) la mayoría de los trabajadores de la Ciudad de Buenos Aires. Esto implica que en ninguno de los dos transportes uno viaja cómodamente, sino abarrotado contra, en el mejor de los casos, el codo de un muchacho musculoso o, en el peor, contra el busto transpirado de una señora mayor. Si es en el mes de Julio, el calor humano es algo casi agradable; pero en pleno Febrero ese calor es inhumano y hasta oloroso. Sin nombrar aquí al señor que intenta rozar con su arrugada mano la pierna de alguna niña mientras a ella no le queda más remedio que creer que no hay lugar adonde el buen hombre pueda moverse. Tampoco uno se libra de las quejas, insultos, suspiros, chistidos de los pasajeros quienes, al igual que uno, desean llegar rápida y fugazmente a su hogar. En este sentido, la calidad es inaceptable en ambas. Ahora bien, en un sentido más amplio y hasta poético, ser un topo correteando por los túneles de Buenos Aires no es algo demasiado agraciado si lo comparamos con las calles donde uno puede mirar el paisaje, respirar por una ventanilla, divertirse con los transeúntes. Eso puede suceder si viviéramos en Paris donde uno supone que están mejor pero en realidad nadie lo sabe. Pero en esta ciudad donde el Hacer Buenos Aires hace (justamente) que todas las calles y avenidas estén cortadas en los mismos diez días todas a la vez, es difícil poder pensar en un viaje colorido cuando escuchamos los tractores, las bocinas, los insultos de los colectiveros y pasajeros por los desvíos causados. Esto no sólo demora un poco más esos famosos cuarenta minutos de viaje sino también tiñen la felicidad del aire libre en un aire viciado de apuros y malhumores. Desde este punto de vista, el topo pareciera ser, aunque no poético, el más adecuado. El tren subterráneo no tiene baches ni cortes pero además no tiene changuí para el viajante malhumorado ya que, en caso de que le cierren las puertas, no tiene más remedio que esperar otro porque, si quisiera treparse a la ventana para viajar igual (algo harto común en el colectivo), seguramente le cortaría medio cuerpo ni bien el subte entrara al túnel. En este sentido, el colectivo pareciera ser más democrático. Pero a quién le importa la Democracia de los Transportes Públicos. Otra ventaja, pero esta vez para los conductores de subte, es que, al tener la cabina apartada de los pasajeros tienen, no sólo la facilidad de no pelearse con la máquina expendedora sino que disminuye su riesgo de muerte causado por algún pasajero exaltado como ha ocurrido, hace no tanto tiempo, en una línea de colectivos.
Ahora sí podemos decir que, dependiendo del temple de la persona a viajar, uno y otro tiene su gracia. Hombre o Topo, esa es la cuestión.
Llegado a este punto lo que no termino de comprender es mi elección. Naturalmente prefiero el subte porque me gusta caminar y esos quince minutos que le aventaja al colectivo me permiten acariciar dos veces más el lomo de mi gata, entre otras cosas. Reconozco me da un poco de lástima la topocidad cotidiana del conductor (incluso la mía) pero habría que preguntarle a él qué se siente, quizás está muy a gusto, si es que es posible creer que una persona que está más de seis horas sin ver las luz no siente lo mismo que un preso en una cárcel aunque sea una vigésima parte, salvando las distancias. Sin justificar demasiado mi elección, diría que prefiero el subte.
Ahora bien, un día como hoy, con una tormenta que taladra la ciudad decidí, aún mojándome el alma y con vestimenta ejecutiva, es decir, tacos, pantalón blanco y musculosa veraniega, caminar las benditas catorce cuadras. Mientras pisaba charcos e intentaba fumar el cigarrillo imposible pensaba en si mi decisión era la correcta. Cualquier otra persona hubiera dicho que definitivamente no. Más cuando subí al subte y la gente me miraba por la cantidad de agua que corría por mi ropa, mi cuerpo, mi cara y mi pelo.
Pero cuando llegué a mi casa y pensé en el mate caliente y le hice la fiesta de bienvenida a mi gata, recién ahí, en el instante de encender la hornalla, entendí que no tengo idea por qué elegí que me lloviera encima pero que, seguramente, si hubiera elegido el colectivo, no hubiera prendido esta computadora.

5 comentarios:

  1. El talento no se mancha, alejo

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  2. Está bueno, lu. La idea del blog también está buena. Pensar en registrar la obra, es una antiguedad ¿cierto? Besos

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  3. sos vos papik? no, no es una antiguedad. lo voy a hacer esta semana...a ver si me hago famosa todavía...vasos y besos!

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  4. Sinceramente lo mejor que tiene esta nota es el título, seguramente fue idea de algún intelectual prestigioso y muy reconocido. Qué buen título por favor!! yo diría impecable, sintético, abarcador, impresionate. Te felicito mucho estimada escritora..pero que buen título canejo!!

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